El Valle del Jerte

Había escuchado lo precioso que es el valle del Jerte en flor y, como no puedo resistirme a ver flores en la naturaleza, he cogido mi cámara, mi cuaderno y un fin de semana que, según las estadísticas, era perfecto para visitar los campos de los cerezos.

Recorriendo caminos locales estaba buscando la toma perfecta. Estaba lleno de cerezos con flores blancas, algunas incipientes, algunas ya pasadas y algunas blancas blancas. El valle entero se veía lleno de arboles polvoreados de un ligero blanco. Pero no, no era el blanco explosivo que yo había visto en las fotos. O el de mi imaginación. O el de mis sueños. Y por más que buscaba y buscaba, no encontraba el lugar perfecto. Será que era demasiado pronto? O demasiado tarde y ya se había pasado la floración plena? O no era el lugar? O no era el camino? O la vertiente del valle?

Me senté en medio de los árboles, un tanto desilusionada… Miré hacia arriba y contemplé el árbol que tenía encima. Repleto de flores delicadas, blancas, algunas pasadas, algunas aún por florecer… Consciente, de repente, de lo precioso que era aquel lugar, el bosque blanco, los cerezos del valle, la vida misma, que allí mismo brotaba. Sutil y discreta y tan frágil que volaba en mil pétalos con el soplo del viento…. Me levanté y empecé a girar a mi alrededor, viendo de nuevo el valle de lo cerezos. Con algunos árboles sin flor, su maleza enredada en las raíces, con sus casas demasiado modernas, o inoportunas. Con su blanco sutil, imperfectamente perfecto, como la vida misma. No me lo podía llevar en un cuadro, tampoco en la foto perfecta, no podía compartirlo y no podía contarlo. Solo podía respirarlo, llevarlo en los pulmones, en la retina de mis ojos…como todos los árboles imperfectos de la vida.







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