La Pascua 2



      En Pascua comíamos huevos a todas horas. Huevos pintados, claro está. Los había de todos los colores, algunos pintados con los polvos que vendían para eso, otros con el tinte natural de la clásica hoja de cebolla roja. Era como un concurso, a ver cuál era el más bonito. Nosotros, sobre todo, no queríamos que los decorarán nuestras madres: “no los toquéis” decíamos al salir a alguna parte donde habíamos quedado con la pandilla”. Es que tenían la simpleza de aplicarlas una simple hoja de trébol.  Como si la decoración de los huevos era cosa exclusiva de unos adolescentes engreídos. Solo ahora veo la sonrisa de sus labios al dejarnos hacer. Nos gustaba buscar el material, varios tipos de hoja y alguna raíz o tallos de flores para dar un efecto especial. Aplicábamos uno por uno los elementos sobre el huevo mojado y después lo envolvíamos en un trozo de media transparente. Claro, hacíamos un huevo cada 20 minutos.
Mientras que nuestras madres tenían que hacer  huevos para un ejército de gente. Es que cada uno que nos visitaba en aquel periodo se tenía que llevar uno. Aparte de la guerra de chocar huevos entre nosotros con cada desayuno, comida y cena. Más los que llevábamos al ir de visita. Y los para los amigos. Y los para el novio con su inicial disimulada entre las pinturas. Y los vecinos. La señora que nos traía leche de su vaca. La amiga húngara de mi abuela. No sé cómo no acabamos con una indigestión monumental… No sé cómo ahora soy yo la que pone una simple hoja de trébol…


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