La Pascua 1



Blaj - Rumania

     Antes de la misa de resurrección de las 12 de la noche, nos lavábamos el pelo. Queríamos que nos brillara a la luz de las candelas que todo el mundo llevaba encendidas. La misa solía ser solemne y la iglesia abarrotada de gente. Aunque lo que menos nos importaba era la misa. Buscábamos con las miradas a algún chico y nos cambiábamos de iglesia en iglesia hasta dar con él. Blaj, así es como se llama el pueblo de mi abuela, había sido una ciudad orgullosa, de tradición intelectual, con escuela de renombre, estaba repleto de edificios bonitos. Y las iglesias no iban a ser menos: la romano-católica, la ortodoxa, la griego católica y su universidad, otras ortodoxas... Allí, como en toda Transilvania, existe la tradición griego católica que es algo a medias entre lo ortodoxo y lo católico. Demasiado católico para el gusto de mi abuela. Pero a nosotros todo esto nos daba igual. Nos gustaba más la catedral católica porque nos parecía más luminosa y más pulcra, todo lo contrario a la ortodoxa que era oscuro - misteriosa, con paredes pintadas y de cúpulas sobrepuestas. Rara era la noche de resurrección que no las recorriéramos todas. En búsqueda de algún chico. Y cuando por fin dábamos con él, nos hacíamos las fervientes participantes a misa, ajenas a todo lo mundano a nuestro alrededor... Ni siquiera la comida abundante que nos esperaba en casa, tras los días de ayuno, nos hacía volver antes de la 4 de la madrugada. Traíamos los preciados "Paste/Pascua", unos trocitos de pan en mojados en vino, que se repartían tras la misa a todo el mundo. Solo después de tomárselos podíamos atacar la comida. Cuando por fin llegábamos a casa, de puntillas, para no despertar a mis tíos, nos dábamos la Pascua los unos a los otros, susurrando: "- Hristos a Inviat!", "- Adevarat a Inviat!"


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