El ultimo tren


Te esperé para el tren de las 10. No llegaste. No sabías aún si lo querías tomar o no. Estarías en casa pensando, supongo, mientras yo te buscaba entre la multitud de la estación de tren.

Te esperé para el tren de las 13. No llegaste. Dijiste algo así como que hay que tomarse un tiempo para decidir según qué cosas. Lo comprendí, claro que lo comprendí. Me fui a casa despacio, intentando templar mi impaciencia.

Te esperé para el tren de las 16. Tampoco llegaste. Nunca pediste que te esperara, razonaba yo, mientras tragaba mis lágrimas, en medio de la gente abrazándose, y viendo partir el tren. Esta vez ni me dijiste por qué no llegabas. Ni yo te dije que estaba allí, esperándote.

Te esperé para el tren de las 19. No estabas. Querías venir, dijiste, querías subir conmigo. Pero había cosas que arreglar, había maletas que vaciar y maletas que hacer.

Te esperé para el tren de las  24. Un  año más tarde que el tren de las 10, que perdí la primera vez. Fui directa a la estación sin buscarte entre la gente. Sin detenerme a mirar con tristeza a los que llegaban y se abrazaban. Sin intentar encontrarte en cada cara que veía. Sin buscarte escusas. Me subí al tren sin mirar atrás. Sin lágrimas. Sin reproches.
 
Era el último tren.
 

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